
En defensa del Disenso
Hay un mal que ha colonizado la subjetividad de nuestros conciudadanos, se llama conformismo, y es mucho más peligroso de lo que se cree. Tiene a su favor sus sistemas de normalización, el principio de mediocridad cotidiana, los rituales de solemnización de las autoridades, las modas y la estupidez crónica.
Todo esto es profundamente desolador. Desde hace años se nos viene diciendo a través de todos los medios posibles que debemos tender a los acuerdos, pero se omite el ¿por qué debemos estar de acuerdo? Incluso se esgrime desde los tribunales de justicia, las aulas universitarias, hasta las cómplices homilías dominicales, que una democracia solo será posible si priman los acuerdos en la población antes que el disenso.
En efecto, todo este discurso es aparentemente hermoso. Sin embargo, es nuestro deber cuestionarnos: ¿debe estar de acuerdo la madre que deambula por la calle esperando una limosna? ¿Debe estar de acuerdo el padre de familia que todas las mañanas revuelve la basura buscando restos de comida para alimentar a sus hijos? ¿Debe estar de acuerdo el joven que es confinado a trabajar en condiciones deplorables por un sueldo miserable? ¿Debe estar de acuerdo la madre que observa a las mascotas de su compatriota alimentarse mejor que sus pequeños hijos? ¿Con quién deben estar de acuerdo? ¿A quién le conviene que todos ellos estén de acuerdo? Al parecer, detrás de la expresión consenso se esconde la inmundicia de unos cuantos, de aquellos que dicen que todo está bien y que, en consecuencia, no hay nada por hacer o por cambiar.
En todo esto hay algo profundamente preocupante. Sino, ¿por qué nos resulta tan difícil siquiera imaginar otra sociedad? ¿Qué nos impide concebir una forma distinta de organizarnos que nos beneficie a todos? ¿Por qué, como en otros tiempos, ya no nos subleva la miseria, la explotación, la servidumbre, la ignorancia, la injusticia, la farsa, la mentira y el mimetismo intelectual?
Al contrario de lo que se viene diciendo y haciendo, sostenemos que el consenso es una amenaza para la democracia. Pues, esta nació, se funda y se vitaliza continuamente con el disenso. Una democracia de consenso permanente es un peligro para la sociedad. El disenso no se tolera, sino que se celebra al discutir. Y las ideas que surjan de su interior se aplauden o vilipendian. Y tal como podrá advertir cualquier conciudadano, en nuestro país hay mucho por injuriar y poco por elogiar.
La presente revista nace no para legitimar los acuerdos, no para obedecer los mandatos, sino para cuestionarlos, para incitar a desobedecerlos. Las ideas no están para ser respetadas sino por el contrario: para profanarlas, quitándoles su inocencia y candidez; para exponermas al crisol de la crítica.
Nuestro país necesita ciudadanos que se opongan a aceptar acríticamente los mandatos del poder político, económico, religioso, etc. Necesita personas que hagan del disenso una costumbre. Que luchen contra las verdades inamovibles, contra los clichés, contra la malicia del pensamiento único. Que se atrevan a pensar, a cuestionar lo incuestionable, a ser impertinentes. En fin, que nos entusiasmemos con otro mundo posible, otro país posible; donde comer bien, educarse, tener vivienda, salud, trabajo, etc., sea una realidad cotidiana y no una ilusión.
Jaime Araujo Frías.